miércoles, enero 24, 2007

Notitas Sueltas - Dialogo interreligioso

La responsabilidad civil de los católicos
El Papa insiste en la dimensión pública de la fe

ROMA, domingo, 21 enero 2007 (ZENIT.org).- Los cristianos tienen derecho a que se escuche su voz en temas políticos y civiles. Este ha sido uno de los puntos del discurso de Benedicto XVI a la Curia Romana el 22 de diciembre. Tras comentar por qué la Iglesia se opone a la legalización del matrimonio para las parejas del mismo sexo, el Papa defendía el derecho de los fieles, y de la Iglesia misma, a hablar sobre este tema.

«Si nos dicen que la Iglesia no debería entrometerse en estos asuntos, entonces podemos limitarnos a responder: ¿Es que el hombre no nos interesa?», indicaba el Santo Padre. Es nuestro deber, explicaba, defender a la persona humana.

Esto es necesario en la sociedad contemporánea, explicaba el Pontífice más adelante. «El espíritu moderno ha perdido la orientación», observaba, y esto significa que muchas personas no están seguras de qué normas transmitir a sus hijos. De hecho, en muchos casos no sabemos ya cómo usar nuestra libertad correctamente, o qué es moralmente recto o erróneo.

«El gran problema de Occidente es el olvido de Dios», comentaba el Papa; un olvido que se difunde.

Sólo tres días después, el Papa volvía sobre el tema en su mensaje antes de la Bendición «urbi et orbi» el día de Navidad. «A pesar de tantas formas de progreso, el ser humano es el mismo de siempre: una libertad tensa entre bien y mal, entre vida y muerte».

En la edad moderna nuestra necesidad de fe es mayor que nunca, dada la complejidad de los temas a tratar. El mensaje que ofrece la Iglesia no disminuye nuestra humanidad apunta el Papa. «En verdad, Cristo viene a destruir solamente el mal, sólo el pecado; lo demás, todo lo demás, lo eleva y perfecciona».

No obstante, existe oposición a que la religión juegue un papel en los debates públicos, afirmaba Benedicto XVI. En su discurso del 9 de diciembre a la Unión de Juristas Católicos Italianos, el Papa examinaba el concepto de «laicidad».

El término, explicaba, describía originalmente el estatus del cristiano lacio que no pertenece al clero. En los tiempos modernos, sin embargo, «ha asumido el de exclusión de la religión y de sus símbolos de la vida pública mediante su confinamiento al ámbito privado y a la conciencia individual».

El Papa pide al gobierno turco el reconocimiento jurídico de la Iglesia católica

CIUDAD DEL VATICANO, viernes, 19 enero 2007 (ZENIT.org).- Benedicto XVI pidió este viernes el reconocimiento jurídico para la Iglesia católica en Turquía al recibir las cartas credenciales del nuevo embajador de ese país ante la Santa Sede.

«Disfrutando de la libertad religiosa garantizada a todos los creyentes por la Constitución turca, la Iglesia católica desea poder beneficiarse de un estatuto jurídicamente reconocido», afirmó en el discurso que dirigió a Muammer Doğan Akdur, diplomático de carrera que hasta ahora era embajador en Venezuela.

Como ha recordado en varias ocasiones el obispo Ruggero Franceschini, presidente de la Conferencia Episcopal Católica de Turquía, la Iglesia en ese país, con unos 35.000 católicos, no cuenta con un reconocimiento jurídico.

Esto implica, por ejemplo, que las propiedades con que contaba la Iglesia al inicio de la República siguen siendo contestadas tanto jurídicamente como de hecho.

Asimismo, en el discurso que le dirigió en francés, el Papa pidió «la creación de una instancia de diálogo oficial entre la conferencia de obispos y las autoridades del Estado para afrontar los diferentes problemas que pueden plantearse y continuar con las buenas relaciones entre las dos partes».

El Papa saludó a través del representante de Ankara en el Vaticano a las autoridades y, en particular, Ahmet Necdet Sezer, presidente de esta República laica, de 70 millones de habitantes, en un 99 por ciento musulmanes.

«No dudo en que vuestro Gobierno hará todo lo posible para avanzar en este sentido», concluyó el obispo de Roma.
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El pasado 11 de enero, el Presidente de Venezuela, Hugo Chávez, al jurar para un tercer mandato de seis años, con la posibilidad de promover una reelección sin límite, dijo que lo hacía en nombre de «Cristo, el más grande socialista de la historia».

Por la tarde del mismo día, Daniel Ortega, al asumir la presidencia de Nicaragua para los próximos cinco años, sostuvo que «debe imperar el reino de Cristo y no el reino de las guerras, del empobrecimiento o de la destrucción de la naturaleza». Es el mismo comandante que, hace años, cuando los obispos empezaron a criticar las desviaciones marxistas del sandinismo, afirmó: «Yo creo en Cristo, pero no en los Obispos».

No faltaron personas, en tiempos en que el marxismo estaba vigente, que sostenían: «Cristo fue el primer marxista de la historia».

¿Qué decir al respecto? ¿Se pueden sostener estas afirmaciones, según la doctrina católica?

JUZGAR

Ante todo, hay que distinguir qué se entiende por socialismo. Si se le hace equivalente al marxismo, que es un materialismo cerrado a la trascendencia, centrado en la economía y en la buena intención de hacer a todos iguales, obstruyendo las libertades individuales y la iniciativa personal, es obvio que este socialismo ya está superado por la historia. Si se pretendiera poner a Cuba como modelo de este sistema, habría que preguntar a los cubanos por qué tantos de ellos hacen angustiosos intentos por huir de su país. Son innegables algunos logros en salud, alfabetización, instrucción escolar, trabajo, aunque mal remunerado, y un mínimo de alimentos, racionados, pero a costa de derechos humanos fundamentales, sobre todo de la libertad religiosa. Es obvio, por tanto, que si al sistema socialista se le identifica con el marxismo, Cristo no es socialista.

En cambio, si por socialismo se entiende la lucha para que el sistema social, político y económico sea justo y solidario, sobre todo para que los pobres vivan con la dignidad que Dios quiere, eso está muy de acuerdo con lo que Cristo vino a enseñar. Su mayor preocupación fue que aprendiéramos a amarnos como hermanos, con una opción solidaria por los marginados. Esa es la prueba de que en verdad lo hemos comprendido y de que somos discípulos suyos. Por lo que hayamos hecho a favor de los excluidos, seremos evaluados al fin de nuestra historia, y mereceremos el cielo o el infierno.

Los primeros cristianos se distinguían por compartir fraternalmente sus bienes, de modo que entre ellos no había quien padeciera necesidad. Si esto es lo que se pretende poner en práctica cuando se habla de socialismo, ¡bienvenido! Y todos hemos de comprometernos en ponerlo en práctica, pues en ello se juega nuestra identidad cristiana. Sin embargo, esto no se puede lograr pisoteando derechos inalienables de las personas y de las sociedades.

Al respecto, es ilustrativo lo que acaba de expresar el Presidente de la Conferencia Episcopal de Venezuela, monseñor Ubaldo Santana: «El presidente ha anunciado su decisión de impulsar a Venezuela por el camino del "socialismo del siglo XXI". Este tema no debe dejar a nadie indiferente. La Iglesia tiene una palabra que ofrecer al respecto y está dispuesta a dar su contribución en el diseño de este proyecto, manteniéndose fiel a los postulados del Evangelio y de la Doctrina Social de la Iglesia: el reconocimiento de la unidad de la persona, de su trascendencia y de su libertad en sus múltiples dimensiones, defensa y garantía de sus derechos humanos, independencia y equilibrio de los poderes. Bien conocida es la posición de la Iglesia que considera contrarios al verdadero desarrollo humano tanto el sistema fundamentado en el neoliberalismo salvaje, como los sistemas socialistas que se fundamenten en el marxismo-leninismo. Al hablar de socialismo del siglo XXI, se puede entender que se quiere deslindar o por lo menos diferenciar de los socialismos reales del siglo pasado que tanto sufrimiento, dolor y muerte trajeron a la humanidad».

¿A qué se debe que propuestas, como las de Hugo Chávez, tengan tantos seguidores? Sigamos escuchando a monseñor Santana: «Las utopías de diversos cortes revolucionarios han vuelto por sus fueros luego de un largo eclipse en América Latina, montadas en la ola del desencanto provocado por el fracaso de democracias representativas, fundamentadas en modelos capitalistas neoliberales que no fueron capaces de eliminar las flagrantes desigualdades sociales y superar la grave lacra de la pobreza... Algunos de los cambios políticos que se están produciendo llevan en sus entrañas una poderosa aspiración de edificar un orden más justo de la sociedad y del Estado. Intentan darle voz y poder a los excluidos del mundo. La causa es legítima, pero ¿cómo saber si se están utilizando las estrategias adecuadas? El Estado no se puede encargar solo de tan compleja e ingente tarea. Lo que hace falta no es un Estado que regule y domine todo, sino que generosamente reconozca y apoye, de acuerdo al principio de subsidiaridad, las iniciativas que surgen de las diversas fuerzas sociales».

ACTUAR
Seamos críticos ante quienes invocan el nombre de Dios para justificar el terrorismo, las guerras, los sistemas explotadores de los pobres, los totalitarismos inhumanos, las represiones indebidas. De igual manera, sepamos discernir los hechos reales, no los discursos, de quienes invocan a Cristo para implantar sistemas distintos u opuestos. Jesús es muy claro: «No todo el que me llame 'Señor, Señor', entrará en el Reino de los cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial» (Mt 7,21). Y la voluntad de Dios Padre es la justicia, la opción por los pobres, el amor mutuo; no los insultos, la vanidad, el poner la confianza en los recursos económicos, la obstrucción de la justa libertad.


+ Felipe Arizmendi Esquivel
Obispo de San Cristóbal de Las Casas
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