martes, agosto 24, 2010

CONDUCTA AUTODESTRUCTIVA

J. ENRIQUE CÁCERES-ARRIETA/ OPINIÓN LA PRENSA 13-05-2009


El ladrón que se roba a sí mismo

Arthur Barry era un ladrón de joyas conocedor de las artes. Vivió en los años 20 y adquirió fama internacional como el ladrón de joyas más famoso de todos los tiempos por robar solo a personajes ricos y de la alta sociedad.

Una noche, Barry fue atrapado y recibió tres balazos mientras robaba; en medio del dolor hizo una declaración inesperada: "No lo haré más". Escapó milagrosamente, y se ajuició durante tres años. Fue denunciado, capturado y sentenciado a 18 años de prisión. Después de cumplir su pena, tuvo una vida ejemplar, mas no pasó inadvertido porque la prensa estadounidense se enteró de que residía en Nueva Inglaterra, y muchos reporteros fueron a entrevistarlo.

Entre los comunicadores había un joven que formuló la mejor pregunta: "Señor Barry, usted robó a muchos ricos durante sus años de ladrón, pero tengo curiosidad por saber si recuerda a quién robó más". Sin dudar ni un segundo,

Barry respondió: "Es fácil. El hombre a quien más le robé fue Arthur Barry. Pude haber sido un empresario exitoso, un barón en Wall Street y un contribuyente a la sociedad; sin embargo, escogí la vida de ladrón y desperdicié dos tercios de mi vida tras los barrotes de una prisión".

Esa historia la leí hace años en Nos veremos en la cumbre, de Zig Ziglar. La confirmé en internet hace unos días.

Como Barry, muchos se han estado robando a sí mismos por no usar inteligencia y talentos para el bien, sino para robar, engañar y dañar al prójimo. Sabido es que detrás de grupos terroristas y bandas de la delincuencia común hay profesiones, talentos e inteligencia inutilizados.

La mayor parte de delincuentes y mafiosos ha sido o es gente talentosa y con coeficiente intelectual elevado. Pero, igual que Arthur Barry, ha elegido robarse a sí misma, creyendo en los castillos en el aire del dinero exprés.

Lo insano está en los barrotes emocionales. En la imagen que tienen esas personas de sí. La sociedad suele ser cruel con quien delinque o cae, y nos han vendido la creencia de que somos animales. "Evolucionados", pero animales. Si nos creemos animales, ¿cómo pretendemos que nos traten como seres humanos? Lo determinante es qué creo que soy. ¿Cómo me veo? ¿Qué creencias tengo sobre mí? ¿Me percibo digno de lo mejor que la vida me pueda ofrecer o me considero una "víctima"?

Las creencias forjan valores y estos determinan la conducta. "Como es su pensamiento [creencias] es su corazón, tal es el hombre", escribió el sabio. "No se adapten a los valores [determinantes de conductas] de este mundo, sino transfórmense por medio de la renovación de su mente [Š]", exhorta san Pablo. En términos computacionales, debo cambiar el disco duro, o formatearlo e instalar un nuevo sistema operativo de creencias.

Aun cuando el pasado, el ambiente, el temperamento (herencia genética) y el carácter (producto del entorno) tienen injerencia en nosotros, no nos determinan. Eso, según Viktor E. Frankl, nos corresponde. Y soy responsable de encontrar sentido a mi vida y reconciliarme con la vida. Frankl añade: "El hombre no está totalmente condicionado [conductismo] y determinado [determinismo]; él determina si ha de entregarse a las situaciones o enfrentarlas. No se limita a existir, sino que siempre decide cuál será su existencia y lo que será al minuto siguiente".

La mayoría de delincuentes comunes (entre ellos los menores de edad) no tiene una razón trascendente para vivir. No sabe porqué vive. Les da lo mismo vivir o morir. Y el peor sufrimiento que un humano puede experimentar es el aniquilamiento de las ganas de vivir. De ahí a una conducta antisocial, autodestructiva o el suicidio hay solo un paso.

En una cultura materialista, los únicos valores reconocidos son: dinero, poder y éxito. Por ello hay gentes que aunque no son delincuentes comunes ni mafiosos, no solo usan su inteligencia para cubrir necesidades existenciales, sino también para enriquecerse ilícitamente y aprovecharse del prójimo. Son iguales o peores que el delincuente común.
¿Será que me estoy robando como Arthur Barry? Puede ser. Si así es, es tiempo de quitarme las gafas "juega vivo" y renunciar al rol de Arthur Barry, porque al final de cuentas quien más se perjudica soy yo.

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