martes, abril 20, 2010

Virtudes de un Presidente

o ¡Virtudes de un Presidente!

Hace un lustro publicamos este mismo artículo (como ejemplo para el Gobierno de entonces), hoy repetimos su contenido con el mismo propósito: es una lección del "arte de gobernar" que no pierde vigencia.

Aunque la vida de un buen Presidente es una vida fatigada y llena de preocupaciones, Abraham Lincoln --históricamente considerado como uno de los mejores Presidentes de los Estados Unidos de América-- supo desempeñarse con probidad y excelencia como tal. Jamás dio muestra exterior de grandeza. No inspiraba temor ni causaba embarazo. Carecía de pompa así como del deseo de impresionar. Pero sí un porte y una dignidad innatos. Trataba con toda clase de personas y moldeaba sus respuestas de modo que estuvieran a su alcance. Se mostraba humilde con el que era humilde, digno con el fatuo, impertinente y severo con el presuntuoso, y cortés con todo el mundo, aun con sus enemigos, cuando iban a él de buena fe. Respetaba los puntos de vista de los demás y escuchaba mientras hablaban, porque sabía que en ciertos asuntos podrían ver la verdad con mayor claridad que él y que los hombres llegan a la verdad cuando discuten libremente.

La sabiduría popular y la rectitud moral del pueblo eran sus guías más efectivos. Por eso mismo se había apoyado en la opinión de las masas, convencido de que se puede confiar en el dictamen del pueblo cuando se le informa bien de los hechos.

Jamás olvidó Lincoln que la política democrática es el arte de lograr lo posible y que el pedir cosas inalcanzables únicamente produciría su propia ruina. Reconoció en todo momento que el presente tiene sus raíces más fecundas en el pasado y que sería poco menos que calamitoso dar hachazos contra esas raíces aun cuando hubiesen algunas podridas. Su propia carrera lenta y difícil le enseñó la virtud de la paciencia. Consciente de la supremacía de la voluntad popular, había aprendido a esperar hasta que el pueblo se convenciese de algo y que la ola de los acontecimientos le permitiese actuar. Se dio cuenta muy pronto de que la función de un jefe político en una democracia no es la de imponer su propia voluntad, sino la de ayudar al pueblo que obre sabiamente y por sí mismo. Siempre indicaba a las gentes que lo mejor que un hombre puede hacer para su propio bien es ser justo y generoso hacia los demás. Definió la causa de la Unión en términos de una mejora humana en todo el mundo.

La apasionante historia de la vida de Abraham Lincoln prueba que la democracia da a cada hombre una oportunidad; y la política, como fuerza motriz de un gobierno democrático, el medio por el cual el pueblo hace efectiva su voluntad

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